Había una vez un drémlo muy macanudo
al que le
gustaba flatufar con su flatugrudo.
—su nombre
era Grenfunclo.
No había tarde
en que Grenfunclo no jugase
Con su flatugrudo
hasta que la noche llegase.
Grenfunclo
era el drémlo más feliz del planeta
Y aún más
cuando comía yermódegos a la vinagreta.
—Sin
embargo,
no era de
ningún otro drémlo causa de envidia
Ya que en la alegría toda la Dremlidad
vivía.
Grenfunclo
flatufaba sin parar hasta que un día
Vio pasar a
un viajero volante que graznía:
“¡Lejos en
el norte, he visto mil mogrones piruetear
Más allá de
las montañas, hay huacandidos de todos colores
En el
Wakahla hay cataratas muy brahmantes
Y lugares
exquisitos para los amantes”
Desde
entonces Grenfunclo se acopló al viajero
Y juntos
aventuraron un siglo entero
Por aquí y
por allá, enseñando el arte de flatufar
A otros drémlos
de otras tierras que gustaban de disfrutar.